Artículos y crítica

Cuatro jovenes artístas, en la Galeria Recoletos

Diario El País, 1997

Con una marcada vocación hacia lo figurativo Lola Montero (1968) ha articulado su mundo como pintora a través de una plástica de gran efecto y resolución, proyectada en temas urbanos y rincones de ciudades un tanto postindustriales y deshabitadas. Donde es fácil encontrar ensoñaciones solitarias y extrañamientos de carácter misterioso y evocador. Recordemos a este respecto, el rastro que la presencia psicológica que la pintura metafísica puede haber dejado a todo lo largo del siglo XX. En este sentido la artista es heredera de algunos tipos de realismo tanto de entreguerra como existenciales de después de la Segunda Guerra, que solieron disponer y encontrar en la realidad un cierto suspense e inquietud, insertados en los contextos de la pintura de ese momento, proyectados tanto en ciertos personajes como en escenarios enigmáticos.

De tal manera que la autora se dispone en sus exploraciones de ciudades y territorios, a hallar y a catalogar desde tos mismos recursos de la representación de la que hace gala, esa serie de circunstancias melancólicas o de ensoñación identificadas en rincones de lo más variado. Donde la ausencia de la presencia humana generalmente destaca como el principal argumento psicológico. De hecho, en un cierto sentido surrealizante, siempre con disciplina y rigor visual parece complacer al espectador, sin por ello renunciar a las atmósferas ni dejar de identificar esos momentos de extrañeza del mundo.

Algo que se repite como un sentimiento en distintos lugares, al mismo tiempo que se presentan como verdaderas escenificaciones del estado de ánimo. Por lo que la artista se mueve entre una plástica de acertados toques de gran virtuosismos pictórico y el misterio de las temáticas, que recoge de manera efectiva en estudiados encuadres.

Diario El País.
Marzo 1997.

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