Artículos y crítica

Paisajes urbanos de Lola Montero

José Manuel Fernández Melero, 2001

A Lola Montero le va Cartagena, sabe del color ajado de su historia y sabe también que en ellos está el alma de la ciudad, que es como decir de todos los que han vivido en ella y han configurado esa epidermis característica, y distinta siempre, de las viejas ciudades.

En estos paisajes no existe el asfalto, los edificios están vistos a partir de la planta primera, en algún caso se esboza un rótulo comercial que da una pista más concreta del lugar. Son paisajes vistos hacia el cielo y este, el cielo, cuando aparece, lo hace muy discretamente, no entra en competencia con el tema, veladuras grises y siena muy suaves.

He aquí un paisaje donde no se ve la gente y no se ven las calles, lo único que interesa a la artista son casas, mejor dicho, una parte de esas casas y eso está bien, no hay que pintarlo todo. En la última década se ha especulado mucho con el empleo de la “cámara oscura'' por parte de artistas clásicos, Vermer, es un ejemplo. Pues bien estos paisajes tienen algo en común, en el modo de realizar composiciones que escapan al humano modo de ver las cosas, de la aportación de la fotografía a la obra de arte actual.

Lola Montero es abundante en referencia a pequeños detalles de los que da puntual descripción y lo hace con una pincelada ágil en un dibujo gracioso, hasta aquí la parte más superficial de lo que se ve, la hondura, el equilibrio, lo que da profundidad a estos cuadros son las tierras, los grises y los ocres tan sevillanos.

Ese sentido mesurado del color juega de manera perfecta con el “barroquismo'' de los detalles eclécticos y modernistas de la ciudad.

Lola Montero domina perfectamente la técnica y los acrílicos se adaptan perfectamente a la exigencia de sus obras permitiéndole sutiles veladuras que muestran la extrema sensibilidad de la pintora.

El resultado es una obra nada fácil, muy personal y que exige una contemplación debida. Todo esto es muy difícil de conseguir y Lola Montero lo hace.

José Manuel Fernández Melero.
Noviembre 2001.

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